Un cigarrillo en el centro del vacio, que quema algo que no existe, un soplido gélido cubriendo la superficie de todo lo que está en ningún lado, me dijo sin palabras en el colectivo, y yo le respondía gritando inaudible que ya lo sabía.
Sacó del bolsillo de su saco un papel. Estaba plegado en varias partes, en hoja cuadriculada. Se lo llevo cerca de los ojos, sin unos lentes decentes que le permitieran saber que decía. Como una suerte de clave eterna en un papel casi translúcido. Inclinaba su cabeza, y ante cada intento resignado miraba por la ventana y perdía su mirada. Al lado, una mujer lo observaba con ojos de mal olor, inquirían la desgracia de aquel hombre que miraba perdido. Con cierta terquedad de derrota volvia al papel y movía casi imperceptible sus labios tratando de invocar lo escrito. Estaba sentado en el último asiento, frente a la puerta de salida. La puerta al abrirse daba paso al aire que movia la parte inferior del papel, cerca del puño de su saco color azul profundo que contenía una camisa beige gastada y sucia a la que se le veían ya los hilos internos color blanco como renglones seguidos, uno al lado del otro, entre los cuales se les entrelazaban algunos beiges resignados, y por abajo de estos algunos pelos negros crispados y una piel blanca en la que se distinguian las cutículas.
La mujer cruzaba sus brazos sobre su bolso color marrón oscuro y miraba fija al unisono. El hombre no perdía la vista del papel y ahora la mujer volvia hacia él con la misma cara de desprecio que lo hiciera unos segundos antes. En ese momento el hombre estornudo y la mujer levanto los brazos de su cartera llevándolos hacia arriba a la altura de su pecho, una de las manijas de su bolso se movio y la señora rapidamente, como un acto reflejo, volvió a apoyar con presión las manos sobre el bolso que no tuvo otro movimiento que el de su manija. Simultáneamente miró para el techo con resignación.
El hombre en un impulso automático inclinó su cuerpo hacia la izquierda y guardo el papel en el saco, volvió a su posición inicial y se levantó consecutivamente estirando sus dos piernas y tomando con su mano derecha el cañó que estaba en frente suyo, y con la mano opuesta tocó el timbre y espero con la mirada clavada en la puerta la apertura de la misma.
Una vez que se alló fuera, la mujer lo siguio con la mirada en movimiento, observando como inmovil esperaba que el semáforo se pusiera en rojo para cruzar. Al cambiar a rojo estiro su pie izquierdo para saltar el agua podrido que yacía bajo sus pies y comenzo a caminar hacia su casa. Caminó las cuadras de siempre, con el mismo andar y el mismo ritmo de siempre, con la imagen de llegar pronto a casa, pero sin proponerselo, no era un acto automatico sino más bien la necesidad de que el camino se acabase sin pensarlo, ya que de quererlo voluntariamente hubiera supuesto el agobio de siempre en las primeras cuadras, se lo había propuesto sin fallar. Cuando estaba llegando a la esquina de su casa paso un auto con la ventanilla trasera baja desde la que vio a una mujer amamantando a una criatura que no distinguió y se quedó inmóvil mirando la escena. Lo recorrio desde su nuca hasta su coxis un escalofrío seco que sintió como el inicio de una defecación que contuvo apretando sus esfinteres, sensación que desapareció al relajar su ano.
Volvió a su mente la imagen del papel indescifrado. Tocó el bolsillo de su saco pero no percibió el papel, entonces en un movimiento desesperado metió la mano y se tranquilizó al sentir el papel solitario en el bolsillo desgastado y suave de su prenda.
Retomó su caminar hacia su casa disfrutando inesperadamente el trayecto que le quedaba.
Entró a su casa colocó las llaves en la mesita contigua a la puerta donde también dejo su portafolio. Se quitó el saco y lo colgó en un gancho que estaba enfrente. Se sento en el sofa e instantáneamente se levanto para ir a recoger el papel que estaba en el saco.
Lo tomó y lo volvio a mirar sentandose en el sofa nuevamente. Acerco una lampara que habia al costado del apoyabrasos y la direccionó hacia el papel. Tomó unos lentes con un marco muy gastado que estaban dentro de un cajon en la mesita de la lampara y observo sin exito nuevamente el papel.
Al cabo de unos segundos levanto la mirada y nos vimos desangelados sabiendo que no habia respuesta en el otro pero que era lo unico que podía hacer para distraerse de la certeza de que no hay ningun lugar que le pertenezca, ni nada que lo haga mas que esperar. Entonces volvio su mirada al papel con una mirada que advertia el peligro de preguntar cosas sin respuesta, y como un suceso redentorio sonó el telefono. Veloz levanto el aparato.
-¡Hable! Ah, hola Mama. Si, llegue hace un rato. ¿Te llamo despues? Estoy haciendo algo. Bueno. Chau.
Cuando colgó sintió la vergüenza consigo mismo de quedarse a mitad de camino. Qué hubiera aprovechado para decirle a su madre en un acto espontáneo y sin motivo aparente, qué años hubieran retornado a su mente, que seria capaz de decir y que no, que preferiria guardar y que olvidar, siempre hay algo que se olvida, pensó en eso también, y en la cara de un ex compañero de trabajo que se lo había dicho antaño.
Pensó inmóvil en que no compartía ninguna religión y se sintió perdido, ningún clero le habia producido interés, aunque en verdad pocas cosas en la vida se lo habían producido.
Entonces fue al baño y se paro frente al espejo, muy de vez en cuando lo hacia, y vio a un cuerpo inerte, no se reconoció en ese limite. El no era ese, de eso estaba convencido y también de que no podía salir de allí. Era por imposición, nunca había podido decidir por sí mismo, pensó eso también, pero no tenia el coraje de salir de allí. Así que se puso de perfil e intento reconocerse, pero le fue mas difícil, asi sintió regocijo y algo de paz.
Salio del baño y sonrio en soledad.
Se volvió a sentar en el sillón y tomo el papel otra vez. Instantáneamente lo volvió a dejar en la mesa. Sin dolor sintió como si la cabeza se le apretara con fuerza y los pies se levantaran lentos por encima de su rostro inmóvil, como si la presión de su cerebro lo hiciera girar dentro, una nausea cósmica. Así entenderia el universo. Con los ojos cerrados distinguía la actividad incesante de nervaciones eléctricas color ocre dentro de un infinito oscuro y denso, se pregunto, justo antes de que esta sensación lo abandonara, si todos pasarían por lo mismo o si esto se trataba de un acontecimiento personal, inclinandose por lo primero se tranquilizo. Recordó a su abuela y abrió los ojos.
Su madre habia decidido ser enfermera pero él no. Una vez, cuando adolescente, la acompaño al hospital y se quedo esperando a que presente unos papeles de su padre enfermo. Pensó la certeza de que jamas podria trabajar en un hospital, pensaba que era el lugar en donde el tiempo pasaba tedioso e infinito, una dimension en la que nadie podia verdaderamente decidir, incluso los medicos. Todo se encontraba librado a la dictadura de la ciencia, y como el jamas se enfermaba no se sentia parte de aquel lugar. Mientras esperaba vio a una madre salir con su bebe que tenia el brazo descubierto, y sobre su hombro una gasa con una venda. Penso en las vacunas que le dan a todos de niños sin exepcion, penso en como la pequeñisima superficie de metal de la aguja penetraria la piel angelical y tersa de aquella criatura y mientras lo hacia llevaba su mano por dentro de su camiseta y tocaba la misma parte en su cuerpo distinguiendo dos marcas circulares sobre su piel. Esto le produjo cierta rabia e inpotencia.
La madre apareció resuelta y con una mirada lo espero a que se levantase. Cuando estaban llegando a la puerta de salida en la recepcion había un cartel que decía lo siguiente: Si queres ayudar y formar parte del estado inscribirte en nuestros cursos regulares de enfermería. La madre señalandole la hoja le dijo.
-Presentate, si no te gusta lo dejas, no perdes nada, para no estar en casa todo el día sin saber que hacer.
Su mente enblanquecio en un instante y su cuerpo se acerco al mostrador, tomo el bolígrafo que estaba debajo del cartel y se anoto.
Cuando salio del edificio, bajando las escaleras, lo ataco una inseguridad desconcertante como si no reconociera su realidad, todo al rededor le pareció inabarcable y ajeno, pero solo pudo inclinar la cabeza hacia las escaleras que bajaba temblando.
Llegaron a la parada del colectivo que estaba al terminar la inmensas escaleras y mientras esperaban, la madre le retiro de sus ojos algunos cabellos que caían despreocupados sobre su rostro.
-Tenes que cortarte el pelo, se te va a desviar la vista... Te queda tan lindo el pelo corto.
A los días lo estaban llamando para comenzar el curso de enfermería.
Le dolía saber que nunca había hecho algo que lo convocara verdaderamente, pero mas le dolía no haber sabido nunca que era aquello, o mejor dicho nunca haberlo buscado.
Eso lo había hecho un tipo soberbio, falto de la humildad necesaria para vivir en paz. Un tipo con cierto rencor por tener que hacer algo que no sentía propio. Pensaba en las deudas con el mundo, cuantas eran suyas, cuantas de otros.
Eso lo llenaba de dolor, uno bien profundo que lo impregnaba todo.
Todos los dolores el dolor, pensaba sin saber.
Pocas veces había experimentado esa humildad, la plenitud de la existencia simple y concreta, rápidamente se le escapaba de la manos como agua. Su mente era un laberinto que no le daba tregua, y acostumbrado a pensar, se perdía fácil en lo cotidiano del tiempo. Ni el amor tenia lugar para alguna revolución.
Cuando joven había conocido a una muchacha cándida, etérea y hermosa, una que lo había enamorado como nunca por primera vez. Pasaron un tiempo juntos y su entrega fue total. Sentía cosas reveladoras, entender la vida a través de ese amor, no solo lo hermoso, lo duro también. Encontró en ese amor las fuerzas para transitar la oscuridad, pero también para abrazarla y convivir. Como si la angustia de la vida acompañada por aquella muchacha tuviera no solo sentido, sino color, un transito amatorio universal, un respiro de vacío y plenitud al mismo tiempo.
Al tiempo ella lo dejo por otro hombre, y el nunca supo por que. A partir de ahi la oscuridad se hizo desconocida y asi enemiga. Con el tiempo esto dejo de importarle pero lo que nunca pudo superar fue la falta del perdon. El hecho de que ella nunca le hubiera pedido perdon lo lleno de abandono, también, de rencor, tambien de soberbia.
Sabia que el amor por una persona y por un trabajo era lo mismo, porque sabia que los dos eran sedicion, categorías en las cuales uno podía desbordar su contorno y perderse de vista, la totalidad de la existencia entraría en uno sin quererlo y uno solo así podría experimentarlo. En el amor lo vivió y en el trabajo lo vio.
Le encantaba acompañar a su padre los domingos a la carnicería para ver la pasion con que el carnicero cortaba y preparaba las carnes, como esas luces violetas de neón le daban a la carne un color lunar. Las manos enormes del carnivoro cortaban con su cuchillo de de mango blanco y hoja enorme los musculos vacunos y sus nervaduras internas sin posibilidad de comparacion alguna. Eso lo estimulaba, el saber que nada que fuese cortado tendria esa textura, esa caiga, ese movimiento. El olor de local, sus paredes de azulejos blancas y la cierra sin fin donde los huesos se deshacian como madera y el acerin de su marfil caia por el agujero. La limpieza constante y la pulcritud, como si el juego de matar fuera algo limpio, convensional. Los trapos, algunos ensagrentados y la forma de pasarlos en circulos consecutivos por los marmoles blancos. Ese color tan puro que se convocaba tantas veces en un mismo lugar y a el mismo tiempo para equilibrar un mundo de matanza animal. Las reces colgaban derrotadas en ganchos colocados sobre estructuras pesadas de acero construidas al uso para la actividad. Las heladeras de madera y sus picaportes metalicos con ese ruido único que él disfrutaba cuando eran usados, otro corte se acercaba...
Alguna vez penso que, quizás, ese gusto por la carne le permitió convivir con la desgracia humana en el hospital. O bien saber que la verdadera desgracia humana no tenía que ver con el cuerpo, sino con el alma.
No quiso seguir en el sillon y fue al baño a ducharse. Se desvistio, sin fuerzas par verse en el espejo, agacho la cabeza mientras veia descubrir su cuerpo. Los pelos del pecho mantenian una piel tersa debajo, pero conforme se acababan la piel comenzaba a arrugarse en lineas comprimidas, unas muy cercas de las otras. Una piel blanca que poco habia estado al sol.
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