domingo, 4 de agosto de 2013

Hombre al agua

A veces creo que en este mundo si no se comparte la vida con alguien verdaderamente significante para uno se corre el peligro de restringirse a un único color y padecer la falta de riesgo; sin hablar de la desesperación, en general negada, que se genera por la necesidad de un encuentro amoroso que aun cuando se produce nunca cubre tanto como para callar al prejuicio.
El quehacer queda reducido solo a la voluntad personal, olvidando lo otro; el amor a algo que debemos conservar como sea, aun sin saberse bien por que, ni como.
Si aceptamos que el cotidiano esta saturado entendemos, por carácter transitivo, que su sentido es vacuo, de gran sustancia aparente, sin real sustancia existente. Mucho de nada que transmite poco... Y claro, irrumpe con facilidad la búsqueda de algo que cegue la percepción de la realidad; así el enamoramiento, incluso mágico, genuino y espontáneo, pierde real esencia vulgarizándose casi como la única y directa fuga de una superficie rugosa que esconde lo suave.
Aquí el placer es, con exceso, promiscuidad. Ahora la idealización es, como poco, riesgosa.

Aparentemente somos muy maduros cuando desde el cielo parecemos balsas perfectamente construidas y deliñadas. Desde allí y en conjunto nos divisamos como archipiélagos de impresión fría, zonas separadas que nunca llegaran a tocarse con certeza.

¿Esto es crecer? Tal vez lo sea verticalmente. Pero, ensanchar ¿no se acercaría mas a algo que tiene que ver con lo sensitivo, con la acumulación de experiencia sensible? No podemos vivir en experiencia si estamos separados, si cada uno defiende sus derrotas, si no hay algo en riesgo, en juego con el otro. Jamás estaremos atravesados por el amor, sino, simplemente invadidos por el miedo y la autoconservación tanto de lo propio como de lo com(partido).

La cosa, entonces, seria arriesgar. Saltar al agua y reaprender a nadar, nadear, jugar con el liquido como nos salga, volver a la génesis, entendiendo que no hay ningún camino porque se diluye.
Las profundidades están y hay quienes las transitan, la superficie también se habita y hay quienes hacen lo propio. Y cada uno cumple con el ser y no con la función. Y los encuentros se dan por fluido y no por caminos, ni por rutinas; durante el tiempo que sea, que se quiera.


Tengo un sueño recurrente: miro al mar pero él no me mira, mira su mundo, se nutre de si, pero me llama con sus manos que incansables golpean a mi puerta de arena invitándome a la aventura de aquel no camino, del si fluido, de la sensación, de la profundidad o la superficie, donde todo es verdaderamente un todo que esta preparado para que el que decida sea yo, aun cuando decidir ya no sea lo que es hoy...

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