viernes, 22 de marzo de 2013

The Master: El verdadero dolor del payaso


Joaquin Phoenix, Freddie, conoce la locura y explota en ella. Le da rabia lo que no comprende y se hunde en el alcohol en un duelo con su propio álter ego. Es antológico lo que hace en The Master. Toca fibras que no se anima nadie y las vivencia de una manera abrumadora, casi dañina. Conmueve. Paul Thomas Anderson aprovecha y documenta. 
La película es buena, si, la película es buena... pero no es deslumbrante como sus actores. Estos magnifican lo que el director atrapando en imagenes cuenta como el desbarranco de la vida de un maestro predicador y su familia después de la segunda guerra mundial, motorizado, casi por completo, en su relación con su mas fiel seguidor, un ex convicto. Un impecable Philip Seymour Hoffman hace de psicólogo guru y una imantante Amy Adams de su pareja, los cuales tropiezan por lo tramposo de su proceder, y aunque apelan a la oratoria de él y a la manipulación de ella no pueden salvar lo que se parece a la debacle de un circo de pueblo. Anderson, probablemente por lo que pierde, equivoca el camino y resuelve rápidamente un conflicto donde se juega mucho, o toda la película, a través del dinero. La pareja logra volver todo a su lugar, un lugar aun más cómodo, perverso y corroído. La perversión de este séquito habitado por un hijo atrapado por la mediocridad, y una hija bipolar, por no decir esquizofrénica, se relatiza en la manipulación que como grupo ejercen sobre la gratitud de un Freddie impulsivo que delata no saber vivir, pero que los defiende, no por lo que son, sino por lo que son para él: todo lo que tiene en el mundo; además del alcohol.
Descubrir como este actor actua la relación con aquellos sátrapas y como corporiza la adicción por el alcohol es algo glorioso. Ver como se aleja del temperamento y se apega a la vivencia, enseña. A este tipo se le caen los ojos y el espíritu pero va adelante buscando llegar a la casa del vecino tras un vidrio de ventana, tratando de encontrar una paraíso donde solo ve, y hay, una pared de madera, solo porque Hoffman se lo pide. Pero cuando la empresa se pone complicada y el alcohol empieza a hacer peligrar más que la relación con Freddie, el "Master" decide dejarlo e irse a Europa, vacío, sin ver, y encima, sin Kools mentolados para fumar...
Anderson es demoledor por como hace actuar a los actores, y sus actores, más, por como actúan.
No quedan muchas palabras para hablar de un tipo que cuando empieza la película, uno se fija mas en si es capaz de aguantar la mueca que en poder imaginar lo que viene. Lo que viene luego de que escapa de la muerte y entra en un barco que le cambia la vida, es una consecución de entregas constantes por parte de un actor sin fin, al que se le cree todo y de manera tan grande que cuesta verlo como un niño siempre en busca del seno. Incansable, probablemente, por la propia raiz de su impulso que intenta salvarlo de un mundo de gentes que solo le hacen daño, porque solo piensan; que buscan gente como él, porque solo siente.
Un actor que decide someterse al conflicto de su personaje con esa voluntad y magnitud es solo porque va en busca de una convicción física, primaria y primitiva, para si y para el personaje: la fuerza de creer en algo que no importa como se llame pero que es la luz del camino que se atraviesa, la propia luz que se hace estrella al actuar.

Como leí por ahí... Phoenix es, lisa y llanamente, historia del cine. Solo queda verlo.

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