26 de noviembre. Llueve en Buenos Aires y se dispara la metáfora al
recibir la noticia de la muerte del comandante en retiro Fidel Castro...
un cielo libre que llora por la partida de un luchador en la tierra
negra del propio hombre, o bien, la reencarnación de un oasis en el
desierto.
Hace ya dos años que estuve en Cuba. Recuerdo que a dos
días de mi partida Fidel iba a dar una conferencia sobre un libro acerca
de su vida, que se habia publicado en aquel momento. Tenia 88 años.
Dude en cambiar el pasaje para poder estar presente en la cita, pero
tenia compromisos que no podía postergar, y ademas pensé que lo mas
importante ya lo había vivido.
Lo que mas me impactó de Cuba no fue
Fidel, ni la revolucion que seguía muy presente alli, sino la gente y
su consciencia de pueblo. Cuando un cubano hablaba parecía que lo hacía
por todos, su consciencia colectiva era muy evidente, honesta, raro me
fue encontrar a alguien que desde su léxico se despegara de esa imagen
que se producía casi instintivamente. Su manera de vivir ya la
conocemos.
¿Pero es posible disociar esa imagen de la revolución?
¿Es posible pensar que un pueblo puede sentirse tal, si nunca ha luchado
codo a codo por lo que le corresponde?
Fidel ya había dejado de ser
el conductor del pueblo cubano, y en su lugar estaba Raul, su hermano e
integrante permanente y muy importante de la revolución, del que se
conoce poco y se habla menos, pero que ha velado de la manera mas fiel
por los intereses del pueblo que ahora comanda.
Hoy es difícil
pensar una Cuba por fuera del capitalismo. Derrotado el régimen
comunista por el consumista, el lagarto del caribe queda a merced de la
vidas de sus conductores, que siempre son cortas. La larga vida de Fidel
en Cuba es un ápice en la historia del pais, y ni hablar si pensamos
que estamos a meses de la apertura de una embajada de EEUU en suelo
cubano.
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